lunes, 21 de abril de 2025

Los hermanos Karamázov. Fiódor M. Dostoievskii.

En cuanto, sumido seriamente en sus meditaciones, llegó al convencimiento de que la inmortalidad y Dios existen, acto seguido se dijo con naturalidad: <<Quiero vivir para la inmortalidad y no aceptaré el compromiso de una solución a medias.>> Exactamente de la misma manera, si hubiese llegado a la conclusión de que la inmortalidad y Dios no existen, en el acto se habría hecho ateo y socialista (pues el socialismo no es sólo la cuestión obrera o del denominado cuarto estado, sino que es, de preferencia, el problema de la encarnación moderna del ateísmo, el problema de la torre de Babel, que se edificaba precisamente sin Dios, no para alcanzar el cielo dese la tierra, sino para traerlo a ella).

 

Se trata de que, en general, el liberalismo europeo, y hasta nuestro diletantismo liberal ruso, con frecuencia y desde hace mucho confunden los resultados finales del socialismo con los del cristianismo. Esta conclusión es absurda, es ciertamente, un rasgo característico. Por lo demás, el socialismo y el cristianismo los confunden, según resulta, no sólo los liberales y los diletantes, sino también en muchos casos los gendarmes, es decir, los gendarmes extranjeros, se comprende… No hace más de cinco días, en cierta tertulia de nuestra ciudad, en la que predominaban las señoras, manifestó solemnemente a lo largo de una discusión que en toda la tierra no había nada en absoluto que moviese a los hombres a amar a sus semejantes, que esto era ley de la naturaleza: que eso de que el hombre ame a la humanidad no existe en absoluto y que si hasta ahora ha habido amor en la tierra, eso no se debe a una ley natural, sino únicamente a que los hombres creían en su inmortalidad. Iván Fiodorovich añadió, entre paréntesis, que en esto reside toda la ley natural, de tal modo que, si destruís en el género humano la fe en su inmortalidad, inmediatamente desaparecerá no sólo el amor, sino cualquier fuerza viva capaz de prolongar la vida universal. Más todavía: entonces no habrá ya nada inmoral, todo será permitido, hasta la antropofagia. Y por si esto era poco, terminó afirmando que para cada individuo, por ejemplo, nosotros, que no cree ni en Dios ni en su inmortalidad, la ley moral de la naturaleza debe convertirse inmediatamente en el extremo opuesto de lo anterior, de la moral religiosa, y que el egoísmo e incluso el crimen no sólo deber ser permitido, sino que ha ser considerado en su situación como la salida necesaria, la más racional y casi la más noble… ¿Acaso está usted convencido, en efecto, de que la desaparición en los hombre de la fe en la inmortalidad del alma tendría esas consecuencias? Sí, así lo afirmé. Si no hay inmortalidad, no hay virtud.

 

Pero, sin embargo, di: ¿hay Dios o no? ¡Pero en serio! Ahora necesito que se me hable en serio.

-No, no hay Dios.

-¿Hay Dios, Aliosha?

-Sí que lo hay.

-Y la inmortalidad, Iván, ¿hay inmortalidad, aunque sea pequeña, la más reducida?

-Tampoco hay inmortalidad.

-¿Ninguna?

-Ninguna.

-Es decir, un cero perfecto o la nada. ¿No habrá algo? Porque, a pesar de todo, eso de que no haya nada…

-Un cero perfecto.

-Aliosha, ¿existe la inmortalidad?

-Sí, Dios y la inmortalidad, La inmortalidad está en Dios.

-Hum. Lo más probable es que Iván tenga razón. ¡Dios mío, si nos paramos a pensar lo que el hombre ha dado a la fe, cuántas energías ha perdido en este sueño, y eso durante tantos miles de años! ¿Quién se burla así del hombre? ¿Qué me dices, Iván? Por última vez y decididamente: ¿hay Dios o no? ¡Te o pregunto por última vez!

-Y por última vez, no.

-¿Quién se burla así de los hombres, Iván?

-Debe de ser el diablo -sonrió irónicamente Iván Fiodorovich.

-¿Es que existe el diablo?

-NO, tampoco existe.

-Es una lástima. ¡Demonios! ¡No sé lo que después de esto haría con el primero que inventó a Dios! Sería poco ahorcarle en un miserable pino.

-Si no hubiesen inventado a Dios, no habría civilización alguna.

-¿Qué no la habría sin Dios?

-No, y coñac tampoco. Y el coñac, después de todo, a usted le gusta.

 

Recuerda siempre, joven, que la ciencia mundana, unida en una gran fuerza, ha roto, sobre todo en el último siglo, todo cuanto desde el cielo se nos mandaba en los libros sagrados, y después de un cruel análisis en los sabios de este mundo no ha quedado absolutamente nada de lo anterior. Pero examinaron las partes, sin advertir el conjunto, siendo digna de admiración su ceguera.

 

No es que niegue a Dios, compréndelo, lo que no acepto ni quiero aceptar es el mundo por él creado, el mundo de Dios.

 

Quieres ir al mundo y vas con las manos vacías, con una promesa de libertad que ellos, en su simpleza y su natural inclinación al desorden, no pueden comprender siquiera, que les infunde temor y espanto, pues para el hombre y la sociedad humana no hubo nunca nada ni más insoportable que la libertad… <<Es mejor que nos esclavicéis y nos deis de comer>>. Comprenderán, por fin, ellos mismos que la libertad y el pan terrenal en abundancia para cada uno son cosas inconcebibles, pues nunca, nunca sabrán repartirlos entre sí. Se convencerán también de que tampoco pueden ser nunca libres, porque son débiles, viciosos, insignificantes y rebeldes. Tú les prometiste el pan de los cielos, pero, lo repito, ¿puede ese pan compararse a los ojos del género humano, débil, eternamente vicioso y eternamente ingrato, con el pan de la tierra?

 

Sólo domina la libertad de los hombres quien tranquiliza sus conciencias… Sin una noción firme de para qué ha de vivir, el hombre no aceptará la vida y antes se aniquilará que seguir en la tierra, aunque a su alrededor todo fuesen panes… ¿O has olvidado que la tranquilidad y hasta la muerte so para el hombre preferibles a la libre elección en el conocimiento del bien y el mal? Para el hombre no hay nada más seductor que la libertad de su conciencia, pero tampoco hay nada más doloroso… ¿Y quién hizo esto? ¡Aquél que vino para dar por ellos su vida! En vez de dominar la libertad humana, tú la multiplicaste y abrumaste por los siglos de los siglos con sus sufrimientos el resino espiritual del hombre… ¿acaso no pensaste que acabaría por rechazar y poner en duda hasta tu imagen y tu verdad si lo oprimían con una carga tan terrible como la libertad de elección?... ¿Hay tres fuerzas, tres únicas fuerzas en la tierra capaces de vencer y cautivar para siempre la conciencia de estos débiles rebeldes, para su felicidad? Son: el milagro, el misterio y la autoridad… Inquietud, confusión y desdicha: ¡tal es la suerte actual de los hombres después de que tú sufriste tanto por su libertad!

 

Así hicimos nosotros. Corregimos tu empresa y la asentamos sobre el milagro, el misterio y la autoridad. Y los hombres se mostraron jubilosos de que de nuevo los condujesen como a un rebaño y que de sus corazones hubiese sido quitado, por fin, un don tan terrible y que les había causado tantos tormentos. Di, ¿teníamos razón al enseñar y hacer esto? ¿Es que no amábamos a la humanidad al reconocer tan humildemente su impotencia, al aliviar con amor su carga y autorizar a la débil naturaleza hasta a pecar, pero con autorización nuestra débil naturaleza hasta a pecar, pero con autorización nuestra? ¿A qué vienes ahora a mostrarnos? ¿Y por qué me miras en silencio y de manera tan penetrante con tus tímidos ojos? Irrítate, no quiero tu amor, porque tampoco yo te amo. ¿Por qué me voy a ocultar de ti? ¿es que no sé con quién hablo? Lo que tengo que decirte lo sabes ya todo, lo leo en tus ojos. Además, ¿te oculto nuestro secreto? Acaso quieras oírlo precisamente de mis labios; pues bien, escucha: no estamos contigo, sin con él, ¡ese es nuestro secreto! Hace mucho que no estamos contigo, sino con él, hace ya ocho siglos. Hace justamente ocho siglos que tomamos de él lo que tú rechazaras indignado, el último don que te ofrecía al mostrarte todo los reinos de la tierra: tomamos de él Roma y la espada del César y nos declaramos simples reyes de la tierra, reyes únicos, aunque hasta ahora no hayamos podido llevar nuestra empresa hasta su completo término… ¿quién está llamado a dominar a los hombres sino aquellos que dominan su conciencia y que tienen su pan en las manos?

 

El mundo ha proclamado la libertad, particularmente en los últimos tiempos, ¿y qué vemos en esa libertad? ¡Sólo esclavitud y el suicidio! Porque el mundo dice: <<Tienes necesidades y debes satisfacerlas, puesto que tienes los mismos derechos que los más nobles y ricos. No temas satisfacerlas, mutiplícalas.>> Tal es la actual doctrina del mundo. Ahí es donde ven la libertad. ¿Y qué resulta de este derecho a multiplicar las necesidades? En los ricos, el aislamiento y el suicidio espiritual, y en los pobres, la envidia y el crimen, porque los derechos se los han dado, pero sin indicar los medios de satisfacer las necesidades. Aseguran que conforme pasa el tiempo el mundo se une más, se integra en una comunidad fraternal al reducirse las distancias y transmitir las ideas por el aire. ¡Oh!, no creáis en tal unión de los hombres. Al comprender la libertad como multiplicación y rápida satisfacción de las necesidades, adulteran su naturaleza, pues dan origen a muchos deseos absurdos y estúpidos, a las más necias costumbres e invenciones. Tan sólo viven para envidiarse unos a otros, para la lujuria y la presunción.

 

Los celosos son los que más pronto perdonan, y eso lo saben todas las mujeres. El celoso, por ejemplo, es capaz de perdonar con extraordinaria rapidez (se comprende, después de una terrible escena) la tradición casi demostrada, los abrazos y besos que él mismo ha visto, y, por ejemplo, llega a persuadirse d que esto fue <<la última vez>>  de que su rival desparecerá en aquel momento, se irá al fin del mundo, o de que él mismo se la va a llevar a un sitio donde el terrible rival no podrá presentarse nunca. Se comprende que la reconciliación no durará más de una hora, porque aun en el caso de que el rival haya desaparecido realmente, el día siguiente él inventará a otro y tendrá celos de este otro. Podría preguntarse, ¿qué hay en ese amor cuando tanto hay que vigilarlo? ¿Qué vale ese amor? Pero esto no lo comprenderá nunca el verdadero celoso, y eso que entre ellos hay personas incluso de corazón elevado.

 

Hay personas profundamente sensibles, pero oprimidos por el ambiente. Las bufonadas son en ellas como una rencorosa ironía contra quienes no se atreven a decir la verdad a la cara por la larga y humillante timidez a que se han visto sometidos.

 

A mí me atormenta Dios. Es lo único que me atormenta. ¿Y si no existe? ¿Y si tiene razón Rakitin en que se trata de una idea artificial entre los hombres? Entonces, si no existe, el hombre es el amo de la tierra, del Universo. ¡Magnífico! Pero ¿cómo podrá ser virtuoso sin Dios? ¡Ese es el problema!

 

En cuanto la humanidad renuncie toda ella a Dios (y creo que se llegará a esto, paralelamente a los períodos geológicos), de por sí, sin recurrir a la antropofagia, caerá toda la anterior concepción del mundo y, lo que es más importante, toda la antigua moral, y todo será nuevo. Los hombres se unirán para tomar de la vida cuanto ésta puede darles, pero, eso sí, para la felicidad y la alegría en este mundo únicamente. El hombre se exaltará con el espíritu de un orgullo divino, titánico, y aparecerá el Hombre Dios. Al vencer a cada hora, ya sin límites, a la naturaleza, merced a su voluntad y a la ciencia, el hombre sentirá, también a cada hora, un placer tan sublime, que reemplazará en él todas las esperanzas en los placeres del cielo. Cada uno sabrá que ha de morir del todo, sin resurrección, y aceptará la muerte con serenidad y orgullo, como un dios. El orgullo le hará comprender que no debe quejarse de que la vida es un instante, y amará a su hermano sin pensar en la recompensa. El amor satisfará tan sólo un instante de la vida, pero ya la conciencia de su instantaneidad avivará su fuego en la misma medida en que antes se disipaba la esperanza en un amor de ultratumba e infinito.