sábado, 26 de octubre de 2024

Jane Eyre. Charlotte Brontë.

No sirve de nada afirmar que para los seres humanos debe suponer satisfacción suficiente el haber alcanzado la tranquilidad. Necesitan acción, y si no consiguen hallarla, la inventan. Existen millones de ellos condenados a una existencia más mortecina que la mía, pero otros tantos millones se rebelan en silencia contra su sino. Nadie puede calcular cuántas rebeliones, dejando aparte las políticas, fermentan entre el amasijo de seres vivos que pueblan la tierra. Se da por supuesto que las mujeres son más tranquilas en general, pero ellas sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar y poner a prueba sus facultades, en un campo de acción tan preciso para ellas como para sus hermanos. No pueden soportar represiones demasiado severas ni un estancamiento absoluto, igual que les pasa a ellos. Y supone una gran estrechez de miras por parte de algún ilustre congénere del sexo masculino opinar que la mujer debe limitarse a hacer repostería, tejer calcetines, tocar el piano y bordan bolsos. Condenarlas o reírse de ellas cuando pretenden aprender más cosas o dedicarse a tareas que se han declarado impropias de su sexo es fruto de la necedad.

 

Cuando se sienta tentada por el error, señorita Eyre, que el miedo a los remordimientos le sirva de freno. Los remordimientos son el veneno de la vida.

 

Toma un día, divídelo en porciones y asígnele una tarea distinta a cada una. No dejes ni un cuarto de hora ni diez minutos ni cinco sueltos en manos del ocio, inclúyelos todos. Cumple cada cometido a su tiempo con precisión metódica. El día habrá acabado antes de que llegues a darte cuenta de que empezó, y no tendrás que agradecerle a nadie que te ayudara a llenar un minuto; no necesitarás implorar la compañía de nadie, ni su charla, ni su simpatía ni su clemencia.

 

Haber cedido a la primera hubiera significado un error de principios, en la segunda, un error de cálculo.

 

Ya se sabe que los prejuicios son muy difíciles de arrancar de algunos corazones cuyo suelo no ha sido abonado por la educación, crecen y arraigan allí como la mala hierba entre las piedras.

 

Observar leyes y principios cuando no hay asomo de tentación ¿qué mérito tiene? Lo que cuenta es respetarlos en momentos como éste, cuando alma y cuerpo se amotinan contra su rigor. Cuanto más estrictos me parezcan, más inviolables los consideraré. Si los rompiera, a favor de mi gusto, de qué valdrían entonces.

 

No hay despropósito ni estupidez que no sea capaz de cometer un hombre acuciado por la lujuria, las inconsistentes rivalidades, los arrebatos y la ceguera de la juventud.