viernes, 31 de marzo de 2023

Anna Karénina. Lev N. Tolstói.

 … eres un hombre de una pieza. Y ésa es tu mayor cualidad y tu mayor defecto. Debido a la integridad de tu carácter, querrías que la vida se basara en los mismos principios, pero no sucede así.

 

… no podía atraer a los hombres porque carecía de lo que le sobraba a Kitty: esa ansia contenida de vida y la conciencia de su encanto.

 

Era precisamente ese contraste con su propia existencia lo que atraía a Kitty. Era como si hubiera encontrado en ella, en su forma de vida, el modelo que había estado buscando con tanto ahínco: intereses en la vida, cierta dignidad, una forma de escapar de esas relaciones mundanas abominables que, tal como lo veía ahora, obligaban a una muchacha a exhibirse ante los hombres de una manera vergonzosa, en espera de un comprador.

 

… conociendo a la mujer que amas, conoces mejor a todas las mujeres que si hubieras tratado a miles de ellas.

 

- Voy a darte mi opinión. Las mujeres son el principal obstáculo en la carrera de un hombre. Es difícil amar a una mujer y hacer algo de valía. Sólo existe un medio de que el amor no se convierta en una traba: el matrimonio… Y una cosa más: las mujeres son más materialistas que los hombres. Para nosotros el amor es algo grandioso, pero ellas están siempre terre-à-terre.

 

Con tanto trabajo y tantas actividades me he olvidado de que todo termina, de que hay que morir… al considerar su vida, se había olvidado de un pequeño detalle; a saber, que un día llegaría la muerte y acabaría con todo, que no merecía la pena emprender nada que no había escapatoria posible. Sí, era horrible, pero era así… No obstante, todavía estoy vivo. ¿Y qué voy a hacer ahora? ¿Qué voy a hacer?... había observado hacía tiempo que, cuando las personas extreman su humildad y su condescendencia, al final acaba produciéndose una especie de reacción; entonces se vuelven insoportables con sus exigencias excesivas y su susceptibilidad.

 

Cazas osos, trabajas, te interesas por las cosas, Scherbatski me dijo que se había encontrado contigo y que te había visto muy desanimado, que sólo hablabas de la muerte…

- ¿Y qué? No he dejado de pensar en la muerte –dijo Levin-. Lo cierto es que tarde o temprano tenemos que morir. Y que todo es absurdo. A decir verdad, aprecio muchísimo mi idea y mi trabajo, pero en el fondo me doy cuenta de que todo este mundo nuestro no es más que una partícula de moho que ha crecido en un planeta minúsculo. Y todo eso que imaginamos tan grande, nuestras ideas, nuestras obras, no son sino granos de arena.

-Pero ¡eso, amigo mío, es tan viejo como el mundo!

-Desde luego. Pero, cuando acabas dándote cuenta, todo te parece insignificante. Cuando comprendes que hoy o mañana te vas a morir y que todo desaparecerá, ya nada tiene valor. Por muy importante que considere mi idea, en el fondo no deja de ser tan intrascendente, aunque se llevara a cabo, como seguir el rastro de esa osa. Y así pasamos la vida, distrayéndonos con la caza y con el trabajo, para no pensar en la muerte.

 

…juzgo indigna cualquier retribución que no se corresponda con el trabajo realizado.

-¿Y quién puede determinar esa correspondencia?

-Me refiero a las ganancias obtenidas mediante medio ilícitos, recurriendo a la astucia… es lo que hacían los recaudadores de impuestos de antaño, adquirir grandes fortunas sin trabajar. El mal es el mismo, sólo las formas han cambiado… el hecho de que tu trabajo en la hacienda te reporte, pongamos, cinco mil rublos, mientras el campesino que nos hospeda, por más que se afane, no obtenga más de cincuenta, es tan poco honrado como que yo gane más que mi jefe de despacho o Maltus reciba más que un ferroviario. Por otro lado, percibo en la sociedad una actitud hostil, absolutamente infundada, contra esas personas y me parece que no es más que envidia…

-No, eso no es justo -intervino Veslovski-. No puede hablarse de envidia, pero hay algo poco limpio en esos asuntos.

-No, perdona -prosiguió Levin-. Dices que es injusto que yo perciba cinco mil y el campesino cincuenta. Y tienes razón. Es injusto, me doy cuenta, pero…

 

-Así es. ¿Por qué nosotros nos pasamos la vida comiendo, bebiendo, cazando y holgazaneando, mientras él no hace más que trabajar? -le interrumpió Vásenka, que sin duda era la primera vez que pensaba en serio en esa cuestión, y por tanto era completamente sincero.

-Sí, te das cuenta, pero no le cedes tu hacienda.

 

No hay condiciones, por duras que sean, a las que el hombre no pueda habituarse, sobre todo ni se convence de que todos los que le rodean viven del mismo modo.

 

Para emprender algo en el ámbito de la vida familiar debe darse una brecha definitiva o una armonía idílica entre los cónyuges. En cambio, cuando las relaciones son indeterminadas y no se da ni una cosa ni la otra no hay manera de emprender nada.

Muchos matrimonios prologan durante años una situación que se ha vuelto odiosa para ambas partes por la simple razón de que no existe entre ellos una ruptura completa ni un acuerdo total.

 

En la infinitud del tiempo, en la infinitud de la materia y en la infinitud del especio surge la burbuja de un organismo, que dura un instante y después estalla. Esa burbuja soy yo.

 

Entonces comprendió claramente por primera vez que todos los hombres, incluido él, no tenían más futuro que el sufrimiento, la muerte y el olvido eterno y llegó al a conclusión d que era imposible vivir así, que no le quedaba más salida que encontrar una explicación para que la vida no le pareciera una burla maligna y diabólica o, en caso contrario, pegarse un tiro.

Pero no hizo ni lo uno ni lo otro, y siguió viviendo, pensando y sintiendo. Y no sólo eso, sino que en esa época hasta llegó a casarse, conoció muchas alegrías y fue feliz, siempre y cuando no pensara en el sentido de la vida.

¿Qué significa eso? Que vivía bien, pero pensaba mal.

Había vivido (aunque no fuera consciente de ello) respetando las verdades espirituales que había mamado con la leche de su madre, pero al pensar, no sólo no las había tenido en cuenta, sino que se había desentendido completamente de ellas.

Ahora veía con toda claridad que únicamente había podido vivir gracias a las creencias en las que había sido educado.

“¿Qué habría sido de mí y cómo habría sido mi vida de no haber contado con esas creencias, de no haber sabido que hay que vivir para Dios y no para uno mismo? Habría robado, mentido, matado. Nada de lo que constituye la principal alegría de mi vida habría existido para mí.” Y, por más que se esforzaba, no lograba imaginarse en qué ser bestial se habría convertido de no haber sabido para qué vivía.

“Buscaba una respuesta a mi pregunta. Pero el pensamiento no podía procurármela, pero que no puede elevarse a tales alturas. Sólo la vida podía ofrecerme la respuesta, gracias a mi conocimiento de lo que está bien y lo que está mal. Pero no se trata de un conocimiento adquirido; se me ha concedido igual que a los demás, porque no puede obtenerse en ninguna parte.

“¿De dónde ha venido? ¿Acaso me ha dictado la razón que hay que amar al prójimo y no estrangularlo? Me lo dijeron en la infancia, y yo lo creía con alegría, porque me aseguraron que así estaba escrito en mi alma. ¿Y quién lo ha descubierto? No la razón. La razón ha descubierto la lucha por la existencia y la ley que exige la eliminación de todos los que impiden la satisfacción de mis deseos. Ésas son deducciones de la razón. Pero la razón no puede concluir que se debe amar al prójimo, porque eso es algo irracional.

“Sí, soberbia”, se dijo, tumbándose boca abajo, y se puso a entrelazar tallos de hierba, procurando no romperlos.

“Y no sólo la soberbia de la razón, sino la estupidez de la razón. Y, sobre todo, el fraude. Eso es, el fraude, los embustes de la razón”, repitió.

 

¡… que prueben a dejarnos solos a nosotros con nuestras pasiones y nuestros pensamientos, sin el concepto de un Dios único y creador! O sin el concepto de lo que es el bien, sin ninguna explicación de lo que es moralmente malo.

“¡Tratad de consentir algo sin esos conceptos!

“No hacemos más que destruir, porque estamos espiritualmente saciados.