Por el camino de Swann.
Pero ni siquiera desde el punto de vista de las cosas más
insignificantes de la vida somos los hombres un todo materialmente constituido,
idéntico para todos, y del que cualquiera puede enterarse como de un pliego de
condiciones o de un testamento; no, nuestra personalidad social es una creación
del pensamiento de los demás.
Pero mi espíritu, en tensión por la preocupación, y convexo, como
la mirada con que yo flechaba a mi madre, no se dejaba penetrar por ninguna
impresión extraña. Los pensamientos entraban en él, sí, pero a condición de
dejarse fuera cualquier elemento de belleza o sencillamente de diversión que
hubiera podido emocionarme o distraerme.
Lo que a mí me parece mal en los periódicos es que soliciten todos
los días nuestra atención para cosas insignificantes, mientras que los libros
que contienen cosas esenciales no los leemos más que tres o cuatro veces en
toda nuestra vida.
Hacía muchos años que no existía para mí de Combray más que el
escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al
volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en
contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin
saber por qué, olvidé mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos
y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva
de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había
pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los
labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en
el mismo instante en que aquel trago, con las migas de bollo, tocó mi paladar,
me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior.
Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba. Y él
me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en
inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor,
llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que
estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y
mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de
que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía
de ser la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a
aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego
un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la
virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco
no está en él, sino en mí. (...) Y otra vez me pregunto: ¿Cuál puede ser ese
desconocido estado que no trae consigo nunca prueba lógica, sino la evidencia
de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las
restantes realidades? (...) Indudablemente, lo que sí palpita dentro de mi ser
está la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquél, intenta
seguirle hasta llegar a mí. (...) Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es
el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, (...) Pero
cuando nada subsiste ya de uh pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se
han derrumbado las cosas, solos, más frágiles que nunca, el olor y el sabor
perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de
todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del
recuerdo.
Y después de haber rayado en todas direcciones el terciopelo
morado del aire, se calmaban de pronto y volvían a absorberse en la torre, que
de nefasta se había convertido en propicia, y unos cuantos, plantados aquí y
allá, parecían inmóviles, cuando estaban quizá, atrapando a algún insecto en la
punta de una torrecilla, lo mismo que una gaviota quieta, inmóvil con la
inmovilidad del pescador;
Pero ningún sentimiento de los que nos causan la alegría o la
desgracia de un personaje real llega a nosotros si no es por intermedio de una
imagen de esa alegría o desgracia; la ingeniosidad del primer novelista estribó
en comprender que, con en el conjunto de nuestras emociones la imagen es el
único elemento esencial, una simplificación que consistiera en suprimir pura y
simplemente los personajes reales significaría una decisiva perfección. Un ser
real, por profundamente que simpaticemos con él, le percibimos en gran parte
por medio de nuestros sentidos, es decir, sigue opaco para nosotros y ofrece un
peso muerto que nuestra sensibilidad no es capaz de levantar.
... en la arena del centro del paseo una manga de riego, pintada
de verde, iba serpeando, y en los sitios donde tenía agujeros lanzaba por
encima de las flores, cuyo aroma impregnaba con su frescura, el abanico
vertical y prismático de sus gotillas multicolores.
En verano el mal tiempo no es más que un enfado pasajero y
superficial del buen tiempo, subyacente y fijo, muy distinto del buen tiempo
del invierno, inestable y fluido, y que, al contrario de éste, se instala en la
tierra, se solidifica en densas capas de hojarasca, por donde el agua puede ir
resbalando sin comprometer la resistencia de su permanente alegría, y que iza
por toda la temporada en las calles del pueblo, en los muros de las casas y de
los jardines sus banderolas de seda violeta y blanca.
Y de ese modo (...) he aprendido a distinguir esos estados que se
suceden en mi ánimo, durante ciertos períodos, y que se reparten cada uno de
mis días, llegando uno de ellos a echar al otro con la puntualidad de la
fiebre; estados contiguos, pero tan ajenos entre sí, tan faltos de todo medio
de intercomunicación, que cuando me domina uno de ellos no puedo comprender, ni
siquiera representarme, lo que deseé, temí o hice cuando me poseía el otro.
Las tres cuartas partes de los alardes de ingenio y las mentiras
de vanidad que, rebajándose, prodigaron desde que el mundo es mundo los
hombres, van dedicadas a gente inferior. Y Swann, que con una duquesa era
descuidado y sencillo, se daba tono y tenía miedo de verse despreciado cuando
tenía delante a una criada.
Y así, a una edad en que parece que buscamos ante todo en el amor
un placer subjetivo, en el cual debe entrar en mayor proporción que nada la
atracción inspirada por la belleza de una mujer, resulta que puede nacer el
amor -el amor más físico- sin tener previamente y como base el deseo. en esa
época de la vida, el amor ya nos ha herido muchas veces y no evoluciona él solo
con arreglo a sus leyes desconocidas y fatales, por delante de nuestro corazón
pasivo y maravillado. Le ayudamos nosotros, le falseamos con la memoria y la
sugestión. Al reconocer a uno de sus síntomas, nos acordamos de los demás, los
volvemos a la vida. Como ya tenemos su tonada grabada toda entera en nuestro
ser, no necesitamos que una mujer nos la empiece a cantar por el principio
-admirados ante su belleza- para poder seguir. Y si empieza por en medio -allí
donde los corazones se van acercando y se habla de no vivir más que el uno para
el otro-, ya estamos bastante acostumbrados a esa música para unirnos en
seguida a nuestra compañera de canto en la frase donde ella nos espera.
... nunca sabía de modo exacto en qué tono tenía que contestarle a
uno y si su interlocutor hablaba en broma o en serio. Y por si acaso, añadía a
todos sus gestos la oferta de una sonrisa condicional y previsora, cuya expectativa
agudeza le serviría de disculpa en caso de que la frase que le dirigían fuera
chistosa y se le pudiera tachar de cándido. pero como tenía que afrontar la
hipótesis opuesta, no dejaba que la sonrisa se afirmara claramente en su cara,
por la que flotaba perpetuamente una incertidumbre donde podía leerse la
pregunta que él no se atrevía a formular: "¿lo dice usted en serio?"
...y en efecto, así es como logró las cartas más cariñosas de
Odette, una de ellas aquella que le mandó Odette desde la "Maison
Dorée"; (precisamente el día de la fiesta París-Murcia, a beneficio de los
damnificados por las inundaciones de Murcia).
La suerte está echada, y el ser que por entonces goza de nuestra
simpatía se convertirá en el ser amado. Ni siquiera es menester que nos guste
tanto o más que otros. Lo que se necesitaba es que nuestra inclinación hacia él
se transformara en exclusiva. Y esa condición se realiza cuando -al echarle de
menor- en nosotros sentimos, no ya el deseo de buscar los placeres que su trato
nos proporciona, sino la necesidad ansiosa que tiene por objeto el ser mismos,
una necesidad absurda que por las leyes de este mundo es imposible de
satisfacer y difícil de curar: la necesidad insensata y dolorosa de poseer a
esa persona.
Y es que una pasión acciona sobre nosotros como un carácter
momentáneo y diferente que reemplaza al nuestro verdadero y suprime aquellas
señales externas con que se exteriorizaba.
La mayoría de las personas que conocemos no nos inspira más que
indiferencia; de modo que cuando en un ser depositamos grandes posibilidades de
pena o de alegría para nuestro corazón, se nos figura que pertenece a otro
mundo, se envuelve en poesía, convierte nuestra vida en una gran llanura donde
nosotros no apreciamos más que la distancia que de él nos separa.
¡Con qué naturalidad nacen los besos en esos tiempos primero del
amor! Acuden apretándose unos contra otros; y tan difícil sería contar los
besos que se dan en una hora, como las flores de un campo en el mes de mayo.
Su suerte estaba ya unida al porvenir y a la realidad de nuestra
alma, y era uno de sus particulares y característicos adornos. Acaso la nada
sea la única verdad y no exista nuestro ensueño; pero entonces esas frases
musicales, esas nociones que en relación a la nada existen, tampoco tendrán
realidad. Pereceremos; pero nos llevamos en rehenes esas divinas cautivas, que
correrán nuestra fortuna. Y la muerte con ellas parece menos amarga, menos sin
gloria, quizá menos probable.
Aunque deseemos que las acciones que no nos agradan en una persona
no sean genuinamente suyas, sin embargo, se presentan con tan coherente
claridad, que nuestro deseo nada puede contra ella, y esa claridad nos indica
lo que habrán de ser las acciones de esa persona el día de mañana, aunque sean
contrarias a nuestros deseos.
En aquellos sitios donde había aún árboles con hojas, el follaje
parecía sufrir como una alteración de su materia desde el momento que le tocaba
la luz del sol, tan horizontal ahora por la mañana como lo estaría horas más
tarde, cuando empezara el crepúsculo vespertino, que se enciende como una
lámpara y proyecta a distancia sobre el follaje un reflejo artificial y cálido,
haciendo llamear las hojas más alta de un árbol que no es ya más que el
candelabro incombustible y sin brillo donde arde el cirio de su encendida
punta.
A la sombra de las muchachas en flor.
Conviene observar que el carácter que mostramos en la segunda
mitad de nuestra vida no es siempre, aunque muchas veces así ocurra, nuestro
carácter primero, desarrollado o marchito, atenuado o abultado, sino que muchas
veces es un carácter inverso, un verdadero traje vuelto del revés.
Indudablemente hay muy pocas personas que comprendan el carácter
profundamente subjetivo de este fenómeno en que consiste el amor y cómo el amor
es una especie de creación de una persona suplementaria distinta de la que
lleva en el mundo el mismo nombre y que formamos con elementos sacados en su
mayor parte de nuestro propio interior. Y por eso hay pocas personas a quienes
les parezcan naturales las proporciones enormes que toma para nosotros un ser
que no es el mismo que ellos ven.
... Es muy difícil para cualquiera calcular exactamente en qué
escala ve sus palabras o sus movimientos otra persona; por miedo a exagerar
nuestra importancia ampliando en enormes proporciones el campo en que tienen
que extenderse los recuerdos del prójimo en el transcurso de su vida, nos
imaginamos que las partes accesorias de nuestro hablar, de nuestras actitudes,
apenas si penetran en la conciencia de nuestro interlocutor, y, por
consiguiente, y con más motivo, que no se le quedan en la memoria.
... El prestigio de su nombre... realzaba su belleza y prolongaba
su juventud.
Y la pena de los hombre que envejecen es el no soñar...
Nuestros anhelos van enredándose unos con otros, y en esta
confusión de la vida es muy raro que una felicidad venga a posarse justamente
encima del deseo que la llamaba.
Y ocurre igualmente que los productores de obras geniales no son
aquellos seres que viven en el más delicado ambiente y que tienen la más lúcida
de las conversaciones y la más extensa de las culturas, sino aquéllos capaces
de cesar bruscamente de vivir para sí mismos y convertir su personalidad en
algo semejante a un espejo, de tal suerte que su vida, por mediocre que sea en
su aspecto mundano, y hasta cierto punto en el intelectual, vaya a reflejarse
allí: porque el genio consiste en la potencia de reflexión y no en la calidad
intrínseca del espectáculo reflejado.
Cuando la opinión de Bergotte se manifestaba contraria a la mía,
no por eso me reducía al silencio y a la imposibilidad de contestar, como me
hubiese ocurrido con el señor de Norpois. Lo cual no demuestra que las
opiniones de Bergotte tuvieran menos valor que las del diplomático, al
contrario. Una idea fuerte comunica al contradictor una parte de su fuerza.
Como participa del valor universal del espíritu, se clava y se ingiere en medio
de las otras ideas adyacentes en el ánimo de aquel contra quien se emplea, que
ayudándose de esos pensamientos fronterizos cobra aliento, la completa y la
rectifica; de modo que la sentencia final viene a ser obra de las dos personas
que discutían. Pero las ideas que no se pueden responder son esas que no son,
propiamente hablando, ideas, que no tiene arraigo en nada, que no encuentran
punto de apoyo ni rama fraterna en el espíritu del adversario, el cual, en
lucha con el puro vacío, no sabe qué contestar. Los argumentos del señor de
Norpois en materia de arte no tenían réplica porque carecían de realidad.
Sucede con las mujeres que no nos quieren como con los seres
<<desaparecidos>>: que aunque se sepa que no queda ninguna
esperanza, siempre se sigue esperando.
Todos necesitamos alimentar en nosotros alguna vena de loco para
que la realidad se nos haga soportable.
Cuando se está enamorado, el amor es tan grande que no cabe en
nosotros: irradia hacia la persona amada, se encuentra allí con una superficie
que le corta el paso y le hace volverse a su punto de partida; y esa ternura
que nos devuelve el choque, nuestra propia ternura, es lo que llamamos
sentimientos ajenos, y nos gusta más nuestro amor al tornar que al ir, porque
no notamos que procede de nosotros mismos.
Veíase perfectamente que no se vestía tan solo para comodidad o
adorno de su cuerpo; iba envuelta en sus atavíos como en el aparato fino y
espiritual de una civilización.
De modo que no es seguro que la felicidad tardía, la que llega
cuando ya no se la puede disfrutar, cuando no queda amor, sea exactamente la
misma felicidad que antaño, por no quiere entregársenos, nos hizo sufrir tanto.
Sólo hay una persona capaz de decidir esta cuestión: nuestro yo de entonces;
pero ése ya no está presente, e indudablemente bastaría con que tornara para
que la felicidad, idéntica o no, se desvaneciese.
Porque la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros,
en una brisa húmeda de lluvia, en el olor a cerrado de un cuarto o en el
perfume de una primera llamarada: allí dondequiera que encontremos esa parte de
nosotros mismos de que no dispuso, que desdeñó nuestra inteligencia, esa
postrera reserva del pasado, la mejor, la que nos hace llorar una vez más
cuando parecía agotado todo el llanto. ¿Fuera de nosotros? No, en nosotros,
pero mejor decir, pero oculta a nuestras propias miradas, sumida en un olvido
más o menos hondo. Y gracias a ese olvido podemos de vez en cuando encontrarnos
con el ser que fuimos y situarnos frente a las cosas lo mismo que él; sufrir de
nuevo, porque ya no somos nosotros, sino él, y él amaba eso que ahora nos es
indiferente. En la plena luz de la memoria habitual las imágenes de lo pasado
van palideciendo poco a poco, se borran, no dejan rastro, ya no las podemos
encontrar. Es decir, no las podríamos encontrar si algunas palabras (como
<<subsecretario del ministerio de Correos>>) no se hubiera quedado
cuidadosamente encerradas en el olvido, lo mismo que se deposita en la
Biblioteca Nacional el ejemplar de un libro que sin esa precaución no se
hallaría nunca.
Por lo general, vivimos con nuestro ser reducido al mínimum, y la
mayoría de nuestras facultades están adormecidas porque descansan en la
costumbre, que ya sabe lo que hay que hacer y no las necesita.
Como peligro de desagradar proviene sobre todo de dificultad de
apreciar cuáles cosas se notan y cuáles no, por lo menos, por prudencia no
debería uno hablar nunca de sí mismo, porque ése es un tema donde de seguro la
visión nuestra y la ajena no coinciden nunca.
Como muy poca gente puede tener amistades de alcurnia y profunda
cultura, resulta que, por milagro benéfico del amor propio, aquellas personas a
quienes faltan esas cosas se consideran los más favorecidos, porque la óptica
de las escalas sociales hace suponer a todos que la mejor posición es la que
uno ocupa, y tiene por mucho más desgraciados, por mucho menos afortunados y
dignos de compasión a los seres superiores a ellos, y los mientan y los
calumnian sin conocerlos, así como los juzgaban y desdeñan sin haberlos
comprendido. Y aún en los casos en que la multiplicación de los pocos méritos
personales que uno tenga por el amor propio no baste para conquistar a cada
cual la dosis de felicidad superior a la concedida a los demás, hay un cosas para
colmar la diferencia, y es la envidia. Y si la envidia se expresa en frases
desdeñosas, hay que traducir un <<no quiero tratarle>>. Sabe uno
que eso no es verdad, pero, sin embargo, no se dice por mero artificio, se dice
porque se siente, y ya eso basta para suprimir las distancia, esto es, para ser
feliz.
Todo lo que tenía, ideas, obras y las demás cosas, que estimaba en
mucho menos, habríalo dado con alegría a alguien capaz de comprenderlo. Pero a
falta de sociedad soportable vivía Elstir aislado, de un modo selvático, y a
ese género de vida le llamaba la gente elegante pose; los poderes públicos,
mala índole; los vecinos, locura, y la familia, egoísmo y orgullo.
... A fuerza de practicar la soledad llegó a enamorarse de ella,
como ocurre con toda gran cosas que empezó por darnos miedo porque sabíamos que
era incompatible con otras insignificantes a las que teníamos apego, esas cosas
de las cuáles parece que nos priva la soledad, cuando en realidad lo que hace
es quitarnos el cariño a ella. Y antes de conocer la soledad, toda nuestra
preocupación estriba en saber hasta qué punto será conciliable con ciertos
placeres que dejan de ser tales en cuanto trabamos conocimiento con ella.
Ya entreví yo antes, en los Campos Elíseos, una cosa de la que más
tarde pude darme cuenta mejor, y es que cuando se está enamorado de una mujer
se proyecta sencillamente sobre ella un estado de nuestra alma; por
consiguiente, lo importante no es el valor de una mujer, sino la profundidad de
dicho estado de ánimo.
Los nombres que designan a las cosas responden siempre a una
noción de la inteligencia ajena a nuestras verdaderas impresiones y que nos
obliga a eliminar de ellas todo lo que no se refiera a la dicha noción.
... porque así ocurre en el amor: a las aportaciones que proceden
de nosotros mismos triunfan... sobre las que nos vienen del ser amado. Y esto
es cierto aún en los amores más efectivos. Los hay, hasta entre aquellos que ya
tuvieron cumplimiento carnal, que pueden no sólo formarse, sino subsistir
alrededor de muy poca cosa.
No hay hombre -me digo-, por sabio que sea, que en alguna época de
su juventud no haya llevado una vida o no haya pronunciado unas palabras que no
le gusta recordar y que quisiera ver borradas. Pero en realidad no debe
sentirlo del todo, porque no se puede estar seguro de haber llegado a la
sabiduría, en la media de lo posible, sin pasar por todas las encarnaciones
ridículas y odiosas que la preceden. Ya sé que hay muchachos, hijos y nietos de
hombres distinguidos, con preceptores que les enseñan nobleza de alma y
elegancia moral desde la escuela. Quizá no tengan nada que tachar de su vida,
acaso pudiesen publicar sobre su firma todo lo que han dicho en su existencia,
peros son pobres almas, descendientes sin fuerza de gente doctrinaria, y de una
sabiduría negativa y estéril. La sabiduría no se transmite, es menester que la
descubra uno mismo después de un recorrida que nadie puede hacer en nuestro
lugar, y que no nos puede evitar nadie porque la sabiduría es una manera de ver
las cosas. Las vidas que usted admira, esas actitudes que le parecen nobles, no
las arreglaron el padre de familia o el preceptor: comenzaron de muy distinto
modo, sufrieron la influencia de lo que tenían alrededor, bueno o frívolo.
Representan un combate y una victoria. Comprendo que ya no reconozcamos la
imagen de lo que fuimos en un primer período de la vida y que nos sea
desagradable. Pero no hay que renegar de ella, porque es un testimonio de que
hemos vivido de verdad con arreglo a las leyes de la vida y del espíritu y que
de los elementos comunes de la vida, de la vida de los estudios de pintor, de
los grupos artísticos, si de un pintor se trata, hemos sacado alguna cosa
superior.
... porque la existencia apenas si tiene interés más que en esos
días en que el polvo de las realidades está mezclado con un poco de arena
mágica cuando un vulgar incidente de la vida se convierte en episodio
novelesco.
En el momento de ir a realizar un ansiado viaje, mientras que la
inteligencia y la sensibilidad empiezan a preguntarse si realmente vale la pena
viajar, la voluntad, sabedora de que esos dos amos ociosos otra vez
considerarían tal viaje como cosa maravillosa en caso de que no se llegara a
efectuar, las deja divagar delante de la estación y entregarse a múltiples
vacilaciones; y ella va tomando los billetes y nos coloca en el vagón para
cuando llegue la hora de la marcha. Todo lo que tienen de mudables sensibilidad
e inteligencia lo tiene ella de firme; pero como es callada y no expone sus
motivos, parece casi que no existe, y las demás partes de nuestra personalidad
obedecen las decisiones de la voluntad sin darse cuenta, mientras que en cambio
perciben muy bien sus propias incertidumbres.
Es un hecho constantemente observado en la vida corriente que la
persona a quien van dirigidas nuestras palabras las llena de una significación
que extrae ella de su propia sustancia y que es muy distinta de aquella con que
nosotros las pronunciamos.
Los seres que tienen la posibilidad de vivir para sí mismos...
tienen también el deber de vivir para sí mismos; y la amistad es una dispensa
de ese deber, una abdicación personal. La conversación, el modo de expresión de
la amistad, es una divagación superficial que no nos deja nada que ganar... Y
la amistad no sólo carece de virtualidad, como la conversación, sino que además
es funesta. Porque la impresión de aburrimiento, es decir, de quedarse en la
superficie de sí mismo, en vez de continuar los viajes de exploración por
dentro de las profundidades... En la vida que con tal amigo vivía yo me veía
delicadamente resguardado de la soledad, con noble deseo de sacrificarme por
él, es decir, incapaz de realizarme a mí mismo. Pero, por el contrario, junto a
aquellas muchachas, si bien el placer que yo gozaba era egoísta, por lo menos
no se basaba en esa mentira que tiene la pretensión de hacernos creer que no
estamos irremediablemente solos, mentira que nos impide reconocer que cuando
estamos hablando con otros no somos nosotros los que hablamos, sino que
entonces somos hechura de los extraños y no hechura de nuestro yo, tan
diferente de ellos.
... Los padres dan algo más de ese gesto habitual que constituye
las facciones y la voz: dan determinadas maneras de hablar, frases consagradas,
que, tan inconscientes como una entonación y casi tan profundas, indican
asimismo un modo de ver la vida.
Y a fin de cuentas, esto de acercarse a las cosas y personas que
desde lejos nos parecieron bellas y misteriosas, lo bastante para darnos cuenta
de que no tienen ni misterio ni belleza, es un modo como otro cualquiera de
resolver el problema de la vida; es uno de los métodos higiénicos que podemos
elegir, no muy recomendable, pero nos da cierta tranquilidad para ir pasando la
vida y también para resignarnos a la muerte, porque como nos convence de que ya
hemos llegado a lo mejor y de que lo mejor no era una gran cosa, viene a
enseñarnos a no echar nada de menos.
El mundo de Guermantes.
... y a eso obedece que sean las obras verdaderamente bellas, si
las oímos sinceramente, las que más deben decepcionarnos, porque en la
colección de nuestras ideas no hay ninguna que responda a una impresión
individual... Sentimos en un mundo; pensamos, denominamos en otro; podemos
establecer entre ambos una concordancia pero no colmar el intervalo que los
separa.
La duquesa, trocada de diosa en mujer y pareciéndome de pronto mil
veces más hermosa, alzó hacia mí la mano enguantada de blanco que tenía apoyada
en la barandilla del palco, la agitó en señal de amistad; mis miradas se
sintieron transidas por la incandescencia involuntaria y por los fuegos de los
ojos de la princesa, que sin querer los había hecho entrar en conflagración con
sólo moverlos para tratar de ver a quién acababa de saludar su prima, y ésta,
que me había reconocido, hizo llover sobre mí el aguacero deslumbrante y
celestial de su sonrisa.
Donde más vale encontrar los lugares fijos contemporáneos de
diferentes años es en nosotros mismos. Para eso es para lo que hasta cierto
punto puede servirnos una gran fatiga que sigue a una buena noche. Pero éstas,
por lo menos, para hacernos bajar a las galerías más subterráneas del sueño, en
que ningún reflejo de la vigilia, en que ningún fulgor de memoria alumbra ya el
monólogo interior, si es que éste no cesa en ese punto, remueven también el
suelo y el subsuelo de nuestro cuerpo que nos hacen volver a encontrar allí
donde nuestros músculos se hunden y retuercen sus ramificaciones y aspiran la
vida nueva, el jardín en que hemos sido niños. No hace falta viajar para
volverlo a ver; lo que hay que hacer es descender para encontrarlo de nuevo. Lo
que la tierra haya cubierto ya no está sobre ella, sino debajo; no basta con la
excursión para visitar la ciudad muerta, son necesarias las excavaciones. Pero
ya se verá cómo ciertas impresiones fugitivas y fortuitas nos retrotraen
mucho mejor aún hacia el pasado, con una precisión más aguda, con un vuelo más
ligero, más inmaterial, más vertiginoso, más infalible , más inmortal, que esas
dislocaciones orgánicas.
Nunca vemos a los seres queridos como no sea en el sistema
animado, en el movimiento perpetuo de nuestra incesante ternura, que, antes de
dejar que las imágenes que su rostro nos presenta lleguen hasta nosotros,
arrebata en su torbellino a esos seres, los lanza sobre la idea que de ellos
nos formamos dese siempre, hace que se adhieran a ella, que coincidan con ella.
Y así como un enfermo que desde hace mucho tiempo no se había
visto a sí mismo y venía componiendo a cada momento el semblante que no ve,
ajustándolo a la imagen ideal que de sí mismo lleva en su pensamiento,
retrocede al percibir en un espejo, en medio de un rostro árido y desierto, la
prominencia oblicua y sonrosada de una nariz gigantesca como una pirámide de
Egipto, así yo, para quien mi abuela era todavía yo mismo. yo, que jamás la
había visto fuera de mi alma, siempre en el mismo lugar del pasado, a través de
la transparencia de los recuerdos contiguos y superpuestos, de repente, en
nuestro salón, que formaba parte de un mundo nuevo, el del tiempo, el mundo en
que viven los extraños de quienes se dice "lleva bien su vejez", por
vez primera y sólo por un instante, porque desapareció bien pronto, distinguí
en el canapé, bajo la lámpara, colorada, pesada y vulgar, en forma, soñando,
paseando por un libro unos ojos un poco extraviados, a una vieja consumida,
desconocida para mí.
Plantados a tresbolillo, estos perales, más espaciados, menos
precoces que los que yo había visto, formaban grandes cuadriláteros -separados
por muros bajos- de flores blancas, en cada uno de cuyos lados iba a pintarse
diferentemente la luz, tanto que todas aquellas alcobas sin techo y al aire
libre tenían la traza de ser las del Palacio del Sol, tal como hubie3ran podido
descubrirse en alguna Creta, y hacían pensar también en os compartimentos de un
depósito o en ciertas parcelas de mar que el hombre subdivide para algún género
de pesca o de ostreicultura, cuando se veía la luz ir desde las ramas, según la
exposición, a jugar en las espalderas como sobre las aguas primaverales y hacer
romperse acá y allá, centelleando por entre el enrejado de celosía y lleno de
azul de la enramada, la albeante espuma de una flor soleada y vaporosa.
Lo que recordamos de nuestra conducta permanece ignorado hasta de
nuestro vecino más próximo; lo que de ella hemos olvidado haber dicho, o
incluso lo que jamás hemos dicho, va a provocar a risa hasta en otro planeta, y
la imagen que los demás se forman de nuestros hechos y gestos se parece tan poco
a la que de ellos nos formamos nosotros mismo como se parece a un dibujo un
calco mal hecho en que unas veces correspondiese el trazo negro un espacio
vacío, y a un blanco un contorno inexplicable.
La denigración furiosa era a menudo en Bloch efecto de una viva
simpatía a que había creído que no le correspondían. Y como se imaginaba
escasamente la vida de los demás, como no pensaba que puede uno haber estado
enfermo o de viaje, etc., un silencia de ocho días le parecía en seguida que
nacía de una frialdad deliberada. Así, nunca he creído que sus peores
violencias de amigo, y más tarde de escritor, fuesen muy profundas. Se
exasperaba si se respondía a ellas con una dignidad helada, o con una
ramplonería que le alentaba a redoblar sus golpes, pero cedía con frecuencia a
una cálida simpatía.
Su amabilidad se debía a dos causas. Una, general, era la
educación que esta hija de soberanos había recibido. Su madre (no sólo
entroncada con todas las familias reales de Europa, sino, sobre eso -en
contraste con la casa ducal de Parma-, más rica que ninguna princesa reinante)
le había, desde su edad más tierna, inculcado los preceptos orgullosamente
humildes de un esnobismo evangélico; y ahora, cada rasgo del rostro de la hija,
la curva de sus hombros, los movimientos de sus brazos parecían repetir;
"Acuérdate de que si Dios te ha hecho nacer en las gradas de un trono, no
debes aprovecharte de ello para despreciar a aquellos a quienes la divina
Providencia ha querido (¡alabada sea por ello!) que fueses superior por el nacimiento
y las riquezas. Por el contrario, sé buena para con los pequeños. Tus abuelos
eran príncipes de Clèves y de Juliers desde el año 647; Dios ha querido
en su bondad que poseyeses tú sola casi todas las acciones del Canal de Suez y
tres veces tanto de la Royal Dutch como Edmundo de Rothschild; tu linaje por
línea directa ha sido trazado por los genealogistas desde el año 63de la Era
Cristiana; tienes por cuñadas dos emperatrices. Así, no parezca nunca, cuando
hables, que te acuerdas de tan grandes privilegios, no porque sean precarios
(pues nada puede cambiarse de la antigüedad de la casta, y siempre habrá
necesidad de petróleo), sino porque es inútil alardear de que eres mejor nacida
que cualquier otra persona, y que la colocación que has dado a tu dinero es de
primer orden, puesto que todo el mundo lo sabe. Sé caritativa con los
desdichados. Da a todos aquellos que la bondad celestial te ha otorgado la
gracia de poner por debajo de ti lo que puedes darles sin descender de tu
condición: es decir, socorros en dinero, cuidados de enfermera, inclusive, pero
nunca, ni que decir tiene, invitaciones a tus veladas, cosa que ningún bien les
haría, pero que, con disminuir tu prestigio, quitaría su eficacia a tu acción
benéfica.
... todos los Guermantes, aquellos que lo eran verdaderamente,
cuando os presentaban a ellos, procedían a una especie de ceremonia, sobre poco
más o menos como si el hecho de que os hubiese tendido la mano hubiera sido tan
considerable como si se tratase de armaros caballeros. En el momento en que un
Guermantes, aunque no tuviese arriba de veinte años, pero que ya seguía las
huellas de sus mayores, oía vuestro nombre pronunciado por el que os
presentaba, dejaba caer sobre vosotros, cual si en modo alguno estuviera
dispuesto a saludaros, una mirada generalmente azul, siempre de la frialdad de
un acero que parecía dispuesto a hundiros en los más hondos recovecos del
corazón.
... lo que la duquesa de Guermantes ponía por encima de todo no
era la inteligencia; era, según ella, esa forma superior, más exquisita, de la
inteligencia elevada hasta una variedad verbal del talento: el ingenio.
... la embriaguez de la desgracia arrastra su razón.
Nos sentimos atraídos por toda vida que representa para nosotros
algo desconocido, por una última ilusión por destruir aún.
Sodoma y Gomorra
"En ese juego del escondite que se juega encarnizadamente en
la memoria cuando se quiere encontrar un nombre no hay una serie de
aproximaciones graduales. No se ve nada, hasta que, de repente, aparece el
nombre exacto y muy diferente de lo que se creía adivinar. No es que el nombre
haya venido a nosotros. No, más bien creo que a medida que vamos viviendo,
pasamos el tiempo en alejarnos de la zona donde un nombre se dibuja bien
distinto, y si yo, de repente, atravesé la oscuridad y vi claro, fue por un
ejercicio de mi voluntad y de mi atención, que aumentaba la acuidad de mi
mirada interior. En todo caso, si hay transiciones entre el olvido y el
recuerdo, son transiciones inconscientes. Pues los nombres de etapa por los que
pasamos antes de encontrar el nombre verdadero son falsos, y no nos acercan en
nada a él. En rigor, ni siquiera son nombres, si no, muchas veces, simples
consonantes"
"«Pero usted es igual que nosotros, si no mejor», parecían
decir los Guermantes en todos sus actos; y lo decían de la manera más gentil
que puede imaginarse, para ser queridos, admirados, pero no creídos; distinguir
el carácter ficticio de esta amabilidad es lo que ellos llamaban estar mal
educado; creer que era real, eso era mala educación."
"pasado el tiempo, las diferencias sociales y aun las
individuales se funden en la uniformidad de una época."
"un hombre de gran talento prestará menos atención que un
tonto a la tontería de otro."
"Aunque sólo sea por atavismo, por semejanzas familiares, es
inevitable que el tío sermoneador tenga aproximadamente los mismos defectos que
el sobrino al que le han dado la misión de amonestar. Y lo hace sin ninguna
hipocresía, porque le engaña esa facultad que los hombres tienen de creer, en
cada nueva circunstancia, que se trata de «otra cosa», facultad que les permite
adoptar errores artísticos, políticos, etc., sin darse cuenta de que son los
mismos que, hace diez años, tuvieron ellos por verdades a propósito de otra
escuela de pintura que condenaban, de otra cuestión política que se creían en
el deber de odiar, de la que han renegado y a la que luego se adhieren sin
reconocerla bajo un nuevo disfraz."
"En realidad, siempre descubrimos a posteriori que nuestros
adversarios tenían una razón para ser del partido a que pertenecen y que no es
por lo que en ese partido puede haber de justo, y que a los que piensan como
nosotros les ha llevado a ello la inteligencia si su naturaleza moral es
demasiado baja para poder invocarla, o la rectitud si su penetración es
escasa."
"el más peligroso de todos los recelos es el de la culpa
misma en el ánimo del culpable. El conocimiento permanente que tiene de ella le
impide suponer lo ignorada que es generalmente, lo fácil que se creería una
mentira completa, y darse cuenta, en cambio, de en qué grado de verdad comienza
para los demás la confesión en las palabras que él cree inocentes."
"Porque a las perturbaciones de la memoria están ligadas las
intermitencias del corazón. Sin duda es la existencia de nuestro cuerpo,
semejante para nosotros a un vaso en el que estuviera nuestra espiritualidad,
lo que nos induce a suponer que todos nuestros bienes interiores, nuestros
goces pasados, todos nuestros dolores están perpetuamente en nuestra
posesión. Acaso es también inexacto creer que se van o vuelven. En
todo caso, si permanecen en nosotros es, generalmente, en un dominio
desconocido donde no nos sirven de nada y donde hasta las más usuales son
repelidas por recuerdos de orden diferente y que excluyen toda simultaneidad
con ellas en la conciencia. Pero si volvemos a dominar el cuadro de sensaciones
donde se conservan, tienen a su vez el mismo poder de expulsar todo lo que les
es incompatible, de instalar, sólo en nosotros, el yo que las vivió."
"no supe contener unas palabras impacientes y molestas
que —lo noté en una contracción de su cara— la hirieron; y ahora que ya era
imposible para siempre el consuelo de mis besos, era a mí a quien herían
aquellas palabras. Pero ya nunca podría borrar aquella contracción de su
rostro y aquel dolor de su corazón, o más bien del mío; pues como los muertos
ya no existen sino en nosotros, es a nosotros mismos a quienes herimos sin
tregua cuando queremos recordar los golpes que en vida les asestamos."
"Sin embargo, como el instinto de conservación, la
ingeniosidad de la inteligencia para preservarnos del dolor, comenzaban ya a
poner sobre las ruinas todavía humeantes, los primeros cimientos de su obra
útil y nefasta, saboreaba yo demasiado la dulzura de recordar tales o cuales
juicios del ser querido, de evocarlos como si todavía pudiera pronunciarlos,
como si existiera, como si yo siguiera existiendo para ella. Pero en cuanto
logré dormirme, a aquella hora, más real, en que mis ojos se cerraron a las
cosas de fuera, el mundo del sueño (en cuyo umbral la inteligencia y la
voluntad, momentáneamente paralizadas, no podían ya librarme de la crueldad de
mis impresiones verdaderas), reflejó, refractó la dolorosa síntesis, por fin
restablecida, de la supervivencia y del no ser, en la profundidad orgánica y
ahora traslúcida de las vísceras misteriosamente iluminadas."
"las personas, a medida que las vamos conociendo, son como un
metal sumergido en un líquido que le ataca: se ve cómo pierden poco a poco sus
cualidades (y a veces sus defectos)."
"Cada vez que hablaba de estética, sus glándulas salivares,
como las de algunos animales en la época del celo, entraban en una fase de tal
hipersecreción que la boca desdentada de la anciana señora dejaba pasar a la
comisura de los labios, ligeramente bigotudos, unas gotas cuyo sitio no era
aquél."
"el efecto del alcohol trazaba una línea que casaba el deseo
con la acción. Se acabaron la duda y el miedo."
"La mirra es el perfume de las nubes, pero también de
Protógonos, de Neptuno, de Nerea, de Leto; el incienso es el perfume del mar,
pero también el de la bella Diquea, de Temis, de Circe, de las nueve musas Eos,
de Mnemosine, del día, de Dikayosuné. En cuanto al estoraque, el"
"¿quién de nosotros, al despertar, no ha sentido cierta
desilusión por haber experimentado, dormido, un placer que, una vez despierto,
no podemos renovar indefinidamente"
"quizá porque la otra vida, aquella en que dormimos, no está
—en su parte profunda— sometida a la categoría del tiempo."
"El ser que yo seré después de la muerte no tiene más razones
para acordarse del hombre que yo soy desde mi nacimiento que éste para
acordarse de lo que fui antes de él."
"me asustaba pensar que este sueño tuvo la nitidez del
conocimiento. ¿Tendría el conocimiento, recíprocamente, la irrealidad del
sueño?"
"es raro que el sueño ponga así en la vida despierta unos
recuerdos que no mueren con él."
"Los niños, al hacerse mayores, recuerdan con rencor a los
que han sido malos para ellos."
"En el desorden de las nieblas de la noche que arrastraban
aún sus jirones rosados y azules sobre las aguas sembradas de los restos de
nácar de la aurora, pasaban unos barcos sonriendo a la luz oblicua que teñía de
amarillo sus velas y la punta del bauprés como cuando vienen de arribada al
anochecer: escena imaginaria, entelerida y desierta, pura evocación del poniente,
pero sin apoyarse, como el atardecer, en la sucesión de las horas del día que
yo tenía costumbre de verle preceder, escena tenue, interpolada, más
inconsistente todavía que la horrible imagen de Montjouvain que no lograba
anular, cubrir, esconder —poética y vana imagen del recuerdo y del sueño."
La prisionera.
… leía mucho cuando estaba sola y me leía a mí cuando estaba
conmigo. Se había vuelto muy inteligente. Decía, equivocándose por lo demás:
-Me aterra pensar que, de no ser por ti, habría seguido siendo una
tonta. No lo niegues, tú me has abierto un mundo de ideas que yo ni sospechaba,
y lo poco que soy ahora te lo debo a ti, nada más que a ti.
Entonces, notando que su sueño era total, que no iba a tropezar
con escollos de conciencia ahora cubiertos por la pleamar del sueño profundo,
deliberadamente me subía sin ruido a la cama, me acostaba al lado de ella, le
rodeaba la cintura con mi brazo, posaba los labios en su mejilla y sobre su corazón.
Los celos son una sed de saber gracias a la cual acabamos por
tener sucesivamente, sobre puntos aislados unos de otros, todas las nociones
posibles menos la que quisiéramos. Nunca sabemos si va a nacer una sospecha,
pues de pronto recordamos una frase que no era clara, una coartada que nos
dieron no sin intención.
Por eso en el amor, como en la vida habitual, no se debe temer
sólo el porvenir, sino también el pasado, que muchas veces no se realiza para
nosotros hasta después del porvenir, y no hablamos solamente del pasado que
conocemos inmediatamente, sino del que hemos conservado desde hace mucho tiempo
en nosotros y que de pronto aprendemos a leer.
Los celos son también un demonio al que no se puede exorcizar, y
reaparece siempre, encarnado bajo una nueva forma. Y aunque pudiéramos llegar a
exterminarlas todas, a conservar perpetuamente a la que amamos, el Espíritu del
Mal tomaría entonces otra forma aún más patética, el desconsuelo de no haber
logrado la fidelidad más que por la fuerza, el desconsuelo de no ser amado.
Habitualmente detestamos lo que no se nos parece, y nuestros
propios defectos, visto desde fuera, nos exasperan.
Se ha dicho que la belleza es una promesa de felicidad.
Inversamente, la posibilidad del placer puede ser un comienzo de belleza.
Pues la memoria , en vez de un ejemplar duplicado, siempre
presente ante nuestros ojos, de los diversos hechos de nuestra vida, es más
bien un vacío del que cuando en cuando una similitud actual nos permite sacar,
resucitados, recuerdos muertos; pero hay, además, mil pequeños hechos que no
han caído en esa virtualidad de la memoria y que permanecerán siempre
incontrolables para nosotros. No prestamos ninguna atención a lo que ignoramos
de la vida real en torno a la persona amada, olvidamos inmediatamente lo que
nos ha dicho de un hecho o de unas personas que no conocemos, así como su
actitud al decírnoslo. Por eso cuando, posteriormente, esas mismas personas
suscitan nuestros celos, para saber si no se engañan, si es a ellas a quien
deben achacar una impaciencia de la amada por salir, un descontento de que se
lo hayamos impedido volviendo demasiado pronto, nuestros celos, hurgando en el
pasado para sacar deducciones, no encuentran nada en él; siempre
retrospectivos, son como un historiador que se pone a escribir una historia
para la cual no hay ningún documento; siempre retrasados, se precipitan como un
toro furioso allí donde no se encuentra la persona orgullosa y brillante que
los irrita con sus picadura y cuya magnificencia, cuya astucia, admira la
multitud cruel. Los celos se debaten en el vacío, inciertos como lo estamos en
esos sueños en los que sufrimos por no encontrar en su casa vacía a una persona
que hemos conocido bien en la vida, pero que aquí acaso es otra que ha tomado
solamente el exterior de otro personaje, inciertos como lo estamos más aún
cuando, ya despiertos, intentamos identificar tal o cual detalle de nuestro
sueño. ¿Cómo estaba nuestra amiga al decirnos aquello? ¿no parecía muy
contenta, hasta silbando, cosa que hace solamente cuando tiene algún
pensamiento amoroso y nuestra presencia la importuna y la irrita? ¿No nos dijo
una cosa que está en contradicción con lo que nos dice ahora, que conocía o no
conocía a tal persona? No lo sabemos, no lo sabremos nunca. Nos esforzamos en
buscar los retazos inconsistentes de un sueño, y mientras tanto nuestra vida
con nuestra amante continúa, nuestra vida distraída ante lo que ignoramos que
es importante para nosotros, atenta a lo que acaso no lo es, obsesionada con
seres que no tiene verdadera relación con nosotros, llena de olvidos, de
lagunas, de vanas ansiedades, nuestra vida semejante a un sueño.
Los celos, que tienen una venda en los ojos, no sólo son
impotentes para ver nada en las tinieblas que los rodean, son también uno de
esos suplicios en los que hay recomenzar siempre la tarea.
A nuestros pies, nuestras sombras paralelas, luego juntas,
formaban un dibujo precioso. Ya me parecía maravilloso, en la casa, que
Albertina viviera conmigo, que fuera ella quien se acostara en mi cama. Pero era
como la exportación de esto al exterior, en plena naturaleza, que, junto al
lago del Bois que tanto me gustaba, al pie de los árboles, fuera precisamente
su sombra, la sombra pura y simplificada de su pierna, de su busto, lo que el
sol pintara a la aguada junto a la mía sobre la arena del paseo. Y en la fusión
de nuestras sombras encontraba yo un encanto sin duda más inmaterial, pero no
menos íntimo que en la aproximación, en la fusión de nuestros cuerpos.
En cambio, los mentirosos lo son rara vez, y, entre los
mentirosos, especialmente la mujer que amamos. Ignoramos dónde ha ido, qué ha
hecho. Pero en el momento mismo en que está hablando, en que está hablando de
otra cosa bajo la cual hay lo que no dice, percibimos instantáneamente la
mentira y se agudizan nuestros celos, porque notamos la mentira y no llegamos a
saber la verdad… la sensación de mentira la daban muchas particularidades que
ya hemos visto en el transcurso de este relato, pero principalmente que, cuando
mentía, su relato pecaba, bien por insuficiencia, omisión, inverosimilitud,
bien, al contrario, por exceso de pequeños hechos destinados a hacerlo
verosímil. La verosimilitud, a pesar de la idea que se hace el mentiroso, no es
enteramente la verdad. Cuando, escuchando algo verdadero, oímos algo que es
solamente verosímil, que acaso lo es más que lo verdadero, que quizá es incluso
demasiado verosímil, el oído un poco músico siente que no es aquello, como
ocurre con un verso cojo, o una palabra leída en alta voz por otro. El oído lo
siente, y si estamos enamorados, el corazón se alarma.
… el testimonio de los sentidos es una operación mental en la que
la convicción crea la evidencia.
… el error es más obstinado que la fe y no analiza sus creencias.
El universo es verdadero para todos nosotros y diferencia para
cada uno.
… no es un universo el que se despierta cada mañana, son millones
de universos, casi tantos como pupilas e inteligencias humanas.
Pero a poco orgullo que éste tenga, y aunque una separación
hubiera de costarle la vida, no responderá a una supuesta traición con un gesto
efusivo y se alejará o, sin alejarse, se esforzará por fingir frialdad. De
suerte que todo lo que la amante le hace sufrir es en perjuicio de ella. Si,
por el contrario, disipa ella con una palabra hábil, con tiernas caricias, las
sospechas que le torturaban aunque quisiera hacerse el indiferente, seguramente
el amante no experimenta esa intensificación desperada del amor a la que los
celos le llevan, sino que, dejando bruscamente de sufrir, dichoso, enternecido,
con el sosiego que sentimos cuando ha pasado la tormenta y ha caído la lluvia y
apenas oímos todavía, bajo los grandes castaños, caer a largos intervalos las gotas
suspendidas que ya el sol colorea, no sabe cómo expresar su gratitud a la que
le ha curado.
Las mentiras, de la que están hechas todas las conversaciones,
aunque tan a menudo logre engañar, no oculta un sentimiento de inamistad, o de
interés, o una visita que se quiere aparentar no deseada, o una escapada con
una querida sin que lo sepa la mujer tan perfectamente como una buena fama tapa
una malas costumbres sin dejarlas adivinar. Pueden permanecer ignoradas toda la
vida; hasta que una noche la casualidad de un encuentro las descubre; y aun a
veces no se entiende bien la cosa, y es preciso que un tercero enterado nos dé
la incógnita palabra que todos ignoran.
Pero entonces, ¿no es verdad que esos elementos, todo ese residuo
real que nos vemos obligados a guardar para nosotros mismos, que la
conversación no puede transmitir ni siquiera del amigo al amigo, del maestro al
discípulo, del amante a la amada, esa cosa inefable que diferencia
cualitativamente lo que cada uno ha sentido y que tiene que dejar en el umbral
de las frases donde no puede comunicar con toro si no limitándose a puntos
exteriores comunes a todos y sin interés, el arte el arte de un Vinteuil como
el de un Elstir, le hace surgir, exteriorizando en los colores del espectro la
composición íntima de esos mundos que llamamos los individuos y que sin arte no
conoceríamos jamás?
El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no sería ir
hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de
otro, de otros cien, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada
uno de ellos es.
Y así como algunos seres son los últimos testigos de una forma de
vida que la naturaleza ha abandonado, me preguntaba si no sería la música el
ejemplo único de lo que hubiera podido ser la comunicación de las almas de no
haberse inventado el lenguaje, la formación de las palabras, la formación de
las palabras, el análisis de las ideas.
… en esos novelistas mediocres que en ciertas épocas ocupan una
situación de genio, bien por la mediocridad de sus colegas, entre los que no
hay ningún artista superior capaz de demostrar lo que es el verdadero talento,
o bien por la mediocridad del público que, aunque existiera una individualidad
extraordinaria, sería incapaz de comprenderla.
… sólo encontraba un consuelo para sus penas: matar la felicidad
de los demás.
Por eso a veces, leyendo la nueva obra maestra de un hombre de
talento, nos complacemos en encontrar en ella todas las reflexiones nuestras
que habíamos despreciado, alegrías, tristezas que habíamos contenido, todo un
mundo de sentimientos desdeñado por nosotros y de cuyo valor nos informa de
pronto el libro donde los reconocemos. Había acabado por aprender de la
existencia de la vida que estaba mal sonreír afectuosamente, y no tenérselo en
cuenta, cuando alguien se burlaba de mí. Pero aunque había dejado de expresar
esta falta de amor propio y de rencor hasta el punto de ignorar casi
completamente esa condición mía, no por eso dejaba de estar inmerso en el medio
vital primitivo.
…unas palabras que no distinguí bien… Oímos retrospectivamente
cuando hemos comprendido.
Parece que los acontecimientos son más vastos que el momento en el
que ocurren y en el que no caben enteros. Cierto que rebasan hacia el porvenir
por la memoria que de ellos conservamos, pero también requieren un lugar en el
tiempo que los precede. Cierto que se dirá que entonces no los vemos tales como
serán, pero ¿acaso no los modifica también el recuerdo?
La fugitiva.
Pero lo que se llama experiencia no es más que la revelación a
nuestros propios ojos de un rasgo de nuestro carácter, que reaparece
naturalmente y reaparece con tanta más fuerza cuanto que lo hemos dilucidado ya
una vez para nosotros mismos, y el movimiento espontáneo que nos guio la
primera vez está reforzado por todas las sugerencias del recuerdo. Para los
individuos (y hasta para los pueblos que perseveran en sus faltas y van
agravándolas) el plagio humano más difícil de evitar es el plagio de sí mismo.
Los vínculos entre un ser y nosotros no existen más que en nuestro
pensamiento. La memoria, al debilitarse, los afloja, y, a pesar de la ilusión
con que quisiéramos engañarnos y con la que, por amor, por amistad, por finura,
por respeto humano, por deber, engañamos a los demás, existimos solos. El
hombre es el ser que no puede salir de sí mismo, que sólo en sí mismo conoce a
los demás, y, al decir lo contrario, miente.
¿no sufren menos por desear menos, por añorar menos lo que siempre
les fuera inasequible y que, por eso mismo, permaneció como irreal? Se desea
más a la persona que va a entregarse, la esperanza anticipa la posesión; la
añoranza es un amplificador del deseo.
… nuestras sensaciones, para ser fuertes, tienen que provocar en
nosotros algo diferente de ellas, un sentimiento que no podrá satisfacerse en
el placer, sino que se suma al deseo, lo infla, le hace agarrarse
desesperadamente al placer.
Y sentí una vez más, en primer lugar, que el recuerdo no es
inventivo, que es importante para desear otra cosa, ni siquiera otra cosa menor
que lo que hemos poseído; después, que es espiritual, de suerte que la realidad
no puede proporcionarle el estado que busca; por último, que el renacimiento
que encarna, derivándose de una persona muerta, más que la necesidad de amar,
en la que hace creer, es la necesidad de la ausente.
Así como hay una geometría en el espacio, hay una psicología del
tiempo en la que los cálculos de una psicología plana ya no serían exactos,
porque en ellos no se tendría en cuenta el tiempo y una de las formas que
adopta, el olvido; el olvido cuya fuerza comenzaba yo a sentir y que es tan
poderoso instrumento de adaptación a la realidad porque destruye poco a poco en
nosotros el pasado superviviente que está en constante contradicción con ella…
Cuando, por la diferencia que había entre lo que la importancia de su persona y
de sus actos era para mí y para los demás, comprendí que mi amor, más que un
amor a ella, era un amor en mí, habría podido deducir diversas consecuencias de
ese carácter subjetivo de mi amor, y que, siendo un estado mental, podía sobre
todo sobrevivir bastante tiempo a la persona, pero también que, no teniendo con
esta persona ninguna verdadera unión, careciendo de todo apoyo ajeno a sí
mismo, debería, como todo estado mental, hasta los menos duraderos, encontrarse
un día fuera de uso, ser <<sustituido>>, y que, ese día, todo lo
que parecía unirme tan dulcemente, tan indisolublemente al recuerdo de
Albertina, ya no existiría para mí. La desgracia de los seres es que no son
para nosotros más que unas láminas de colección que se gastan mucho en nuestro
pensamiento. Precisamente por esto fundamos en ellos proyectos que tienen el
ardor del pensamiento; pero el pensamiento se cansa, el recuerdo se destruye.
Sólo tenemos del mundo unas visiones informes, fragmentarias, que
completamos con asociaciones de ideas arbitrarias, creadoras de peligrosas
sugestiones.
Quizá me consolaba más fácilmente comprobar que la que yo había
amado no era ya, pasado cierto tiempo, más que un pálido recuerdo que volver a
encontrar en mí esa vana actividad que nos hace perder el tiempo en tapizar
nuestra vida con una vegetación humana vivaz pero parásita, que también pasará
a no ser nada cuando muera, que ya es ajena a todo lo que hemos conocido y a la
que, sin embargo, intenta agradar nuestra senilidad charlatana, melancólica y
coqueta. Había hecho su aparición en mí el nuevo ser que soportaba fácilmente
vivir sin Albertina, puesto que había podido hablar de ella en casa de los
Guermantes con palabras afligidas, sin sufrimiento profundo. La posible llegada
de estos nuevos yos que deberían llevar otro nombre distinto del anterior me había
asistido siempre, por su indiferencia a lo que yo amaba.
Si nuestro afecto a los muertos se va debilitando, no es porque
ellos se hayan muerto, sino porque morimos nosotros mismos.
No podemos ser fieles sino a aquello de que nos acordamos, y no
nos acordamos más que de lo que hemos conocido. Mi nuevo yo, mientras iba
creciendo a la sombre del antiguo, le había oído a menudo hablar de Albertina;
a través de él, a través de los relatos que de él recogía, creía conocerla, le
era simpática, la amaba; pero no era más que un cariño de segunda mano.
En paz duermen los muertos en la tierra.
Así deben dormir los sentimientos muertos,
Que también polvo son las reliquias del alma;
Apartemos las manos de esos sagrados restos.
Ocurre que, incluso cuando malas noticias deben entristecernos, en
la distracción, en el juego equilibrado de la conversación, pasan ante nosotros
sin detenerse, y nosotros, preocupados por mil cosas que hemos de contestar,
transformados en otro por el deseo de agradar a las personas presentes,
protegidos durante unos momentos en ese nuevo ciclo contra los afectos, los
sufrimientos que hemos dejado para entrar aquí y que volvemos a encontrar una
vez roto el breve encanto, no tenemos tiempo de acogerlos. Sin embargo, si esos
afectos, si esos sufrimientos son demasiado predominantes, entramos siempre
distraídos en la zona de un mundo nuevo momentáneo, donde, demasiado fieles al
sufrimiento, no podemos ser otro; entonces las palabras se ponen inmediatamente
en relación con nuestro corazón, que no ha quedado al margen... Ni siquiera se
puede pensar completamente, porque no se está solo.
¿Por qué creerla? La mentira es esencia a la humanidad. Quizá
desempeñada en ella un papel tan grande como la búsqueda de la felicidad, y
además es esta búsqueda quien la dirige. Mentimos por proteger nuestro placer,
o nuestro honor cuando la divulgación del placer es contraria al honor.
Mentimos toda la vida, incluso, sobre todo, quizá solamente, a los que nos
aman. Pues sólo estos nos hacen temer por nuestro placer y desear su
estimación.
… debí pensar que hay, uno frente a otro, dos mundos, uno
constituido por las cosas que dicen los seres mejores, los más sinceros, y
detrás de él el mundo compuesto por la sucesión de lo que esos mismos seres
hacen.
El hombre es ese ser sin edad fija, ese ser que tiene la facultad
de tornarse en unos segundos muchos años más joven, y que, rodeado por las
paredes del tiempo en que ha vivido, flota en él, pero como en un estanque cuyo
nivel cambiara constantemente y le pusiera al alcance ya de una época, ya de
otra.
Pero esto, esas indiscreciones que sólo se producen cuando la vida
terrestre de una persona ha terminado, ¿acaso no demuestran que, en el fondo,
nadie cree en una vida futura? Si esas indiscreciones son ciertas deberíamos
temer el resentimiento de aquella cuyos actos descubrimos y temerlo tanto para
el día en que la encontraremos en el cielo cmo lo temíamos cuando vivía, cuando
nos creíamos obligados a ocultar su secreto. Y si esas indiscreciones son
falsas, inventadas, porque ella ya no está aquí para desmentir, deberíamos
temer más aún la ira de la muerta si la creyéramos en el cielo. Pero nadie lo
cree.
¡cuánto más espesa es la cortina interpuesta entre las acciones
que vemos de esa persona y sus móviles!... Y esa cortina que cubre los móviles
de otro, ¡cuánto más impenetrable es si tenemos amor a esa persona!
Y entre todas las razones de tener con nosotros una actitud
inexplicable hay que incluir esas singularidades de carácter que llevan a una
persona, bien por negligencia de su interés, bien por odio, bien por amor a la
libertad, bien por bruscos arrebatos de ira o por temor de lo que pensarán
ciertas personas, a hacer lo contario de lo que pensábamos. Y además hay
diferencias de medio, de educación, en las que no queremos creer porque, cuando
hablamos los dos, se borran en las palabras, pero que reaparecen cuando está
uno solo, para dirigir los actos de cada uno desde un punto de vista tan
opuesto que no hay verdadera coincidencia posible.
El tiempo recobrado.
Las gentes van generalmente a sus diversiones sin pensar nunca
que, si cesaran las influencias debilitantes y moderadoras, la proliferación de
los infusorios llegaría al máximo, es decir, daría en unos días un salto de
varios millones de leguas, pasaría de un milímetro cúbico a una masa de un
millón de veces más grande que el sol, destruyendo al mismo tiempo todo el
oxígeno, todas las sustancias de que vivimos, y ya no habría ni humanidad, ni
animales, ni tierra, o sin pensar que una irremediable y verosímil catástrofe
podrá producirse en el éter por la actividad incesante y frenética que oculta
la aparente inmutabilidad del sol; se ocupan de sus asuntos sin pensar en esos
dos mundos, el uno demasiado pequeño, el otro demasiado grande para que
perciban las amenazas cósmicas que se ciernen en torno a nosotros.
La imaginación, el pensamiento
pueden ser máquinas admirables en sí, pero pueden ser inertes. El sufrimiento
las pone entonces en marcha. Y los seres que nos sirven de modelo para el dolor
¡nos conceden sesiones tan frecuentes, en ese taller al que sólo vamos en esos
períodos y que está en el interior de nosotros mismos! Estos períodos son como
una imagen de nuestra vida con sus diversos dolores. Pues también ellos los
contienen diferentes, y en el momento en que creíamos que era tranquilo, uno
nuevo. Uno nuevo en todos los sentidos de la palabra: quizá porque esas
situaciones imprevistas nos obligan a entrar más profundamente en contacto con
nosotros mismos, esos dilemas dolorosos que el amor nos plantea a cada instante
nos instruyen, nos descubren sucesivamente la materia de que estamos hechos.
En
realidad, cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra del
escritor no es más que una especie de instrumento óptico que ofrece al lector
para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí
mismo. El reconocimiento en sí mismo, por el lector, de lo que el libro dice es
la prueba de la verdad de éste, y viceversa, al menos hasta cierto punto,
porque la diferencia entre los dos textos se puede atribuir, en muchos casos,
no al autor, sino al lector. Además, el libro puede ser demasiado sabio,
demasiado oscuro para el lector sencillo y no ofrecerle más que un cristal
borroso con el que no podrá leer.
Y
todos esos diferentes planos con arreglo a los cuales el Tiempo, desde que yo
acababa de recobrarlo en aquella fiesta, disponía mi vida, haciéndome pensar
que, en un libro que se propusiera contar una, habría que emplear, en lugar de
la psicología plana que se aplica generalmente, una especie de psicología del
espacio, daban sin duda una belleza nueva a esas resurrecciones que mi memoria
operaba mientras estaba solo en la biblioteca, porque la memoria, al introducir
el pasado en el presente sin modificarlos, tal como era cuando era presente,
suprime precisamente esa gran dimensión del Tiempo con arreglo a la cual se
realiza la vida.